Cicerón/9

Author: Juan Nadie / Etiquetas:

[...] Desde el momento en que Cicerón se entera del acuerdo alcanzado entre estos tres hombres, hasta entonces enemigos jurados, es consciente de que está perdido. Sabe muy bien que al filibustero de Antonio, al que Shakespeare ennoblecería sin motivo elevándolo al plano del espíritu, lo ha marcado demasiado dolorosamente con el hierro candente de la palabra, al adjudicarle los bajos instintos de la codicia, la vanidad, la crueldad y la falta de escrúpulos, como para que de ese hombre brutal y violento le quepa esperar la generosidad de César. Lo único lógico, en el caso de que quisiera salvar su vida, sería una rápida huida. Cicerón tendría que haberse trasladado a Grecia, con Bruto, con Casio, con Catón, al último campamento de la libertad republicana. Allí al menos se habría puesto a salvo de los asesinos que ya han sido enviados. Y de hecho dos, tres veces, el proscrito parece decidido a huir. Lo prepara todo, informa a sus amigos, se embarca, se pone en camino, pero en el último momento se detiene. Quien ha conocido ya la desesperación del exilio, experimenta incluso en el riesgo la voloptuosidad del suelo patrio y la indignidad de una vida en huida constante. Una voluntad misteriosa, más allá de la razón e incluso en contra de ella, le obliga a encarar el destino que le espera. Este hombre cansado, a su existencia ya concluida sólo le pide un par de días de descanso. Poder reflexionar un poco en calma, escribir un par de cartas, leer un par de libros. Y que después venga aquello para lo que esté predestinado. Durante esos últimos meses, Cicerón se oculta tan pronto en una de sus fincas, tan pronto en otra, partiendo una vez más, en cuanto amenaza el peligro, pero sin escapar nunca por completo. Como cambia de almohada un enfermo con fiebre, cambia él esos semiescondites, sin estar del todo resuelto a hacer frente a su destino, pero tampoco a evitarlo, como si, con esa disposición a morir, inconscientemente quisiera cumplir con la máxima que formulara en su tratado De senectute, según la cual un hombre viejo no tiene derecho a buscar la muerte ni a aplazarla. Venga cuando venga, hay que recibirla con resignación. Neque turpis mors forti viro potest accedere. Para las almas fuertes no hay muerte ignominiosa.
      Y así, Cicerón, que se había puesto ya en camino hacia Sicilia, ordena de pronto a sus gentes que de nuevo pongan rumbo hacia la hostil Italia y tomen puerto en Caieta, la actual Gaeta, donde posee una pequeña finca. Ha sucumbido al cansancio, un cansancio que no es simplemente de los miembros, de los nervios, sino un cansancio ante la vida y una misteriosa nostalgia por el final, por la tierra. Sólo quiere descansar una vez más. Respirar una vez más el dulce aire de la patria y despedirse. Despedirse del mundo, pero reposar y descansar, aunque sólo sea un día o una hora.
      Respetuoso, saluda, en cuanto toma puerto, a los lares de la casa, los espíritus protectores. El hombre de sesenta y cuatro años está agotado. El viaje por mar le ha dejado exhausto, de modo que se echa en el cubiculum, en el dormitorio o mejor dicho en la cámara funeraria, y cierra los ojos, para por anticipado disfrutar durante el ligero sueño del placer del eterno descanso. Pero apenas se ha acostado, cuando atropelladamente entra un esclavo de confianza. En las proximidades hay unos hombres armados, que resultan sospechosos. Un empleado de su casa, al que durante toda su vida ha dado pruebas de amistad, ha revelado su llegada a los asesinos para cobrar la recompensa. Tiene que huir, huir de inmediato. Una litera está preparada. Y ellos mismos, los esclavos de la casa, quieren armarse y defenderse durante el corto trayecto hasta el barco, donde estará a salvo. El anciano, extenuado, se niega. "¿Para qué? -dice-. Estoy cansado de huir y cansado de vivir. Dejadme morir en esta tierra, a la que yo he salvado." Por fin el viejo sirviente de confianza le convence. Dando un rodeo a través de un pequeño bosquecillo, los esclavos armados llevan la litera hasta el barco salvador.
      Pero el hombre que en su propia casa le ha traicionado no quiere quedarse sin su vergonzoso dinero. A toda prisa, reúne a un centurión, un capitán y un par de hombres armados. Todos ellos corren tras la comitiva a través del bosque y aún les da tiempo a alcanzar la presa. Al instante, los sirvientes se agrupan en torno a la litera y se disponen a luchar, pero Cicerón les ordena que lo dejen. Su vida está acabada, ¿para qué sacrificar otras ajenas, más jóvenes? En el último momento, este hombre siempre vacilante, siempre indeciso y sólo en ocasiones valiente pierde por completo el miedo. Siente que sólo puede acreditarse como romano en esta su última prueba si -sapientissimus quisque aequissimo animo moritur- encara la muerte con dignidad. Por orden suya, los criados se apartan. Desarmado y sin ofrecer resistencia, brinda a los asesinos su anciana cabeza con estas grandiosas y sabias palabras: "Non ignoravi me mortalem genius". Siempre he sabido que soy mortal. Pero los asesinos no quieren filosofía, sólo su paga. Y no lo dudan mucho. De un fuerte golpe, el centurión derriba al hombre indefenso. Así muere Marco Tulio Cicerón, el último defensor de la libertad de Roma. Mostrándose en su última hora más heroico, más viril y más decidido que en otras miles y miles durante toda su vida. [...]
Traducción de Berta Vias Mahou

STEFAN ZWEIG

Continuará...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Zweig. "Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo convierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras líneas".

Gracias. Ahora, además de tus entradas sobre Cicerón, disfruto de primera mano d "Y la luz brilla en las tinieblas".

"Para las almas fuertes no hay muerte ignominiosa".

He de localizar, ¿cómo era? ¿Consolationes?. Sí, Consolationes.

Magnífica vista (fotografía) también la de hoy.

Juan Nadie dijo...

Stefan Zweig, uno de los autores "degenerados" cuyos libros quemaron los nazis en 1933, nada más subir al poder.
Sigmund Freud, otro degenerado, dijo en aquella ocasión: "En la edad media me hubiesen quemado a mí, ahora queman mis libros"

Ya sabes... fascismos...

marian dijo...

Tal Judas a Jesús, el empleado de la casa.
Como la Navidad a las Saturnales.
¿Cuánto habrá en el Nuevo Testamento de la fusión con la herencia romana?.

Juan Nadie dijo...

En todas las épocas y circunstancias cruciales ha habido un Judas.