Cicerón/ Textos - y 3

Author: Juan Nadie / Etiquetas:


TRATADOS

De res publica
   
      ...  Sólo quiero decir que el género humano tiene por naturaleza tanto instinto de fortaleza, y recibió tan gran apetencia de defender el bien común, que esta virtud del valor ha superado siempre todos los halagos del ocio gustoso...
      ... Ningún caso hemos de hacer, ciertamente, de aquellos subterfugios que se alegan como excusa para disfrutar mejor del ocio, cuando dicen que sólo pueden acceder a la política personas que no valen para nada, con las que es cosa ruin el alternar, y desgraciado y arriesgado el enfrentarse, sobre todo ante una muchedumbre enardecida; por lo cual, no sería digno de un sabio tomar las riendas cuando no es posible frenar los arrebatos locos y salvajes de la masa, ni propio de un hombre libre luchar contra adversarios sin escrúpulos ni humanidad, o exponerse a injurias indignas de un sabio: como si para dedicarse a la política las personas honestas, firmes y de gran valor, no hubiera causa más justa que la de no someterse a los malvados y no soportar que estos arruinen la república, porque si ellos mismos quisieran poner remedio, tampoco lo podrían conseguir.
      En fin, ¿quién podría aprobar la afirmación de que el sabio no debe tomar parte alguna en la política, salvo que le obligue a ello el apremio del momento?...


De amicitia
Condena de la adulación

      Pero, no sé por qué, resulta verdad lo que dice, en su Andria, mi amigo Terencio: "La condescendencia engendra amigos; la franqueza, odio". Duele la franqueza, porque de ella nace el odio, veneno de la amistad. Pero mucho más duele la condescendencia cuando, indulgente con las faltas, deja caer al amigo en el abismo del mal. Y lo peor de todo es menospreciar la franqueza y empujar a la culpa con la condescendencia.
      Por lo tanto, en todo este asunto hay que procurar, con suma diligencia, amonestar sin acritud, y reprender sin ofensa. En cuanto a la condescendencia -empleo gustosamente la palabra de Terencio-, que haya amabilidad, pero que se aleje la adulación, promotora de vicios, e indigna, no ya de un amigo, sino simplemente de un hombre libre. Pues de una forma se convive con un tirano, y de otra con un amigo.
      Ahora bien, quien cierra sus oídos a la verdad, de forma que no quiera oírla ni de un amigo, ese no tiene remedio. Ya lo dijo Catón felizmente: "Algunos sacan más provecho de los enemigos agrios que de los amigos dulces. Aquellos dicen la verdad con frecuencia. Estos, nunca". Lo absurdo es que los que son amonestados se molestan de lo que no deben, y no se molestan de lo que deben molestarse. Porque no sienten haber faltado, y sienten ser corregidos; debiendo ser al revés, dolerse de la falta, y gozarse de la corrección.

Nueva llamada a la sinceridad

       Así pues, es propio de la verdadera amistad amonestar y ser amonestado, haciendo lo primero con franqueza pero sin acritud, y recibiendo lo segundo con paciencia y sin protestar.
      Igualmente hay que admitir que, en las amistades, no puede haber plaga peor que la adulación, el servilismo y la condescendencia. Pues, por muchos nombres con que se presente, hay que condenar este vicio de hombres frívolos y falsos, que siempre hablan por agradar, y nunca para decir la verdad.

Traducción de Álvaro d'Ors y José Mª Fornell Lombardo

¿Volver a Cicerón? ¿Distracción de eruditos sabáticos? ¿Visita al museo de las venerables reliquias romanas? Ya sabemos que leer es actualizar. Todo lo que leemos se nos vuelve fatalmente contemporáneo. Si esa contemporaneidad no se produce, tampoco hay lectura sino mera consulta de documentos arqueológicos. Cicerón, que se nos adelantó unos dos mil años y en una lengua cuyos dialectos siguen prosperando entre nosotros, cobra una inesperada actualidad...
      ... Él también habitó unos finales parecidos. Sabía que le tocaba compartir los últimos tiempos de la república, aunque ignorase que, alguna vez, sus años se contarían en disminución, a la espera de unos Tiempos Nuevos, de cuenta progresiva, capaces de creerse modernos.
      Veo al viejo orador sonriendo con ironía. Quizá se diga, desde la inmovilidad de su Olimpo: "¿Hablan de modernidad esos que me leen con dos mil años de retraso? ¿Cuánto se han modernizado?".
     Él venía de sangrientas guerras civiles, guerras en las que se jugaba el todo por el todo y se enarbolaban promesas de redención. De ellas surgieron un ejército y un derecho que se querían imperiales, universales. Nosotros también venimos de guerras arrasadoras y de puestas en escena de ideologías que intentaron cambiar el mundo de raíz. Un escepticismo ecléptico ha quedado de su quiebra y también, la promesa de incesantes renacimientos redentores. En esto nos parecemos y Cicerón tiene algo que decirnos. Asimismo, nuestros tiempos asisten al intento de hacer del mundo algo universal, donde coexistan diversidades...
      ... Pero hoy también existen patriarcas del pensamiento y libertarios de cátedra que consideran con santo horror al político. No a tal o cual dirigente, sino a la profesión entera. A los políticos que gobiernan, por contra, suelen pedirles canonjías.

      Cicerón, al revés, hizo el elogio de la política, no tan sólo como trabajo (siempre tan bien visto por los antiguos romanos: usar y servirse de las cosas) sino en tanto lo que podríamos llamar "la condición política del hombre"... Es decir: el hombre es siempre político porque vive, en sentido humano, cuando convive, cuando actúa en función de una sociedad que puede estar ausente de su percepción pero que habita su intimidad: la ciudad está construida en el corazón del ser humano y es el punto de partida de su moralidad. Lo que hacemos de bueno o de malo es lo que está sometido al juicio de los demás, lo que existe en el orden de lo político...
      ... Llegamos ahora a la noción medular de Cicerón en materia política, la noción de república. No como forma particular de gobierno, sino como la categoría de 'la cosa pública'. La res publica ciceroniana es todo lo que pertenece al pueblo. Y aquí vuelve Cicerón a resultar moderno, porque su concepto de pueblo no se confunde con un sector social bajo, según podía entenderse en el lenguaje corriente de la Roma coetánea, ni tampoco puede asimilarse a la idea romántica de Volk, una entidad orgánica y mística a la vez. El pueblo ciceroniano no es un montón de gente, ni una raza, ni un conjunto amorfo al cual da perfil la intervención de un elemento sobrenatural, sino una multitud policlasista que se somete y al tiempo se reconoce en un orden jurídico, un sistema de reglas de convivencia que rige a todos por igual. Quiero decir: que rige por igual a los desiguales, ya que no todos tienen la misma riqueza ni pareja inteligencia...
      ... Nuestra época ha sustituido el saber por el conocimiento y este se acumula mecánicamente en las memorias de los ordenadores: es conocimiento de nadie... BLAS MATAMORO ROSSI

FINIS

4 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Lamento el "borrón", como decía Amio.

Ha sido un placer leer las entradas dedicadas a Cicerón.

Gracias, Juan.

Buena noche.

La Taberna dijo...

Gracias. Lo mismo. Convendría leer a Cicerón de vez en cuando.

Juan Nadie dijo...

Vaya, ahora me doy cuenta de que me volví a liar. La Taberna en este caso es Juan Nadie.