Cicerón/3

Author: Juan Nadie / Etiquetas:

[...] Artista de nacimiento, que sólo por error abandonó el mundo de los libros para entrar en el quebradizo mundo de la política, Marco Tulio Cicerón, conforme a su edad y sus más íntimas inclinaciones, trata de organizar su vida de manera clarividente. De Roma, la ruidosa metrópoli, se retira a Tusculum, la actual Frascati, y con ello se rodea de uno de los más hermosos paisajes de Italia. En suaves oleadas, cubiertas de oscuros bosques, las colinas inundan la campiña. Con un tono argentino, las fuentes resuenan en la retirada quietud. Al pensador creativo, tras todos esos años en el mercado, en el foro, dentro de la tienda de campaña en el frente o estando de viaje, se la abre aquí, por fin, el alma. La ciudad, atrayente y abrumadora, está lejos, como un simple humo en el horizonte, y, sin embargo, lo bastante cerca como para que los amigos vengan con frecuencia a mantener conversaciones estimulantes para el espíritu. Ático, al que le une una profunda confianza. Y el joven Bruto o el joven Casio. Una vez incluso -¡peligroso huesped!- el propio dictador, el gran Julio César.
      Pero si no acuden los amigos de Roma, en su lugar siempre hay otros, magníficos, unos compañeros que jamás defraudan, lo mismo dispuestos al silencio que a la charla. Los libros. Marco Tulio Cicerón instala en su casa de campo una fantástica biblioteca, un panal de sabiduría verdaderamente inagotable. Las obras de los sabios griegos alineadas junto a las crónicas romanas y los compendios de la ley. Con semejantes amigos de todos los tiempos y todas las lenguas, no puede sentirse solo ni una noche. La mañana la dedica al trabajo. Un esclavo instruido aguarda siempre, obediente, el dictado. Cuando le llama  a comer, su adorada hija Tulia le acorta las horas. La educación del hijo es un estímulo diario, o al menos trae consigo alguna novedad. Y además, postrera sabiduría, el sexagenario aún incurre en la locura más dulce de la vejez. Se casa con una mujer más joven que su propia hija, para disfrutar como artista de la belleza de la vida, no sólo en el mármol o en los versos, sino también en su forma más sensual y encantadora.

      De modo que parece que a sus sesenta años Marco Tulio Cicerón se ha reintegrado al fin a su verdadero ser: ya sólo filósofo y no demagogo, escritor y no maestro de retórica, dueño de su tiempo libre y no solícito servidor del aplauso del pueblo. En lugar de perorar -de hablar con énfasis- ante jueces corruptos en el mercado, prefiere fijar la esencia del arte de la oratoria en su De oratore, un modelo para todos sus imitadores. Y a la vez, en su tratado De senectute -Cato maior de senectute-, instruirse él mismo acerca de que alguien realmente sabio debe aprender que la verdadera dignidad de la vejez y de su vida es la resignación.

Las más bellas cartas, las más armoniosas, proceden de esta época de íntimo recogimiento. E incluso cuando experimenta la más perturbadora de las desgracias, la muerte de su amada hija Tulia, su arte le ayuda a alcanzar la dignidad filosófica. Escribe esas Consolationes que aún hoy, después de siglos, siguen confortando a miles de personas que conocen ese mismo destino. Sólo al exilio debe la posteridad que el gran escritor surgiera a partir del que en otro tiempo fue un activo orador. En esos tres años de tranquilidad, hace más por su obra y por su fama póstuma que en los treinta anteriores que, pródigo, sacrificó a la res publica, a los asuntos de Estado.
      Más ciudadano ya de la eterna república del espíritu que de Roma, a la que la dictadura de César ha castrado, su vida ahora parece la de un filósofo. El maestro de la justicia terrena ha aprendido por fin el amargo secreto del que al fin y al cabo acaba enterándose todo aquel que se dedica a la actividad pública. Que a la larga no se puede defender la libertad de las masas, sino únicamente la propia, la libertad interior. [...]
Traducción de Berta Vias Mahou
STEFAN ZWEIG

Continuará...

7 comentarios:

Sirgatopardo dijo...

2000 años más tarde, excepto Cicerón, el resto permanece inalterable.

Juan Nadie dijo...

Así parece.

Anónimo dijo...

Tulia. Qué nombre tan bonito.

Muerta antes que su padre. Consolationes. Trataré de recordarlo.

Espero la siguiente entrada, Juan.

Gracias.

finchu dijo...

Excepto la condición humana, el resto ha cambiado por completo. Creo yo.

Juan Nadie dijo...

La condición humana no cambia y es capaz de lo mejor y de lo peor. Mi viejo profesor de Prehistoria, Miguel Ángel García Guinea, un humanista, fallecido hace unos días a los noventa años, (un recuerdo para él), me enseñó (nos enseñó) que había que tener fe en la humanidad, porque la historia demuestra que, con todas las equivocaciones, el ser humano es siempre capaz de mirar hacia adelante y avanzar. A trancas y barrancas, ya lo sabemos, pero aquí estamos.

finchu dijo...

Sabias palabras las de tu viejo profesor, merece un recuerdo y una entrada en alguno de tus blog´s.

Juan Nadie dijo...

Pues yo creo que sí, solamente lo que hizo por el conocimiento del románico y por la arqueología ya merece un estudio. No sé si se ha publicado lo suficiente sobre la labor de García Guinea, y desde luego yo no tengo el nivel necesario para ello, pero a ver si me animo y le dedico una entradilla.