Cicerón/ Textos - 1

Author: Juan Nadie / Etiquetas:

Vidas paralelas
Fragmento de Demóstenes - Cicerón

I.- Dícese de la madre de Cicerón, Helvia, haber sido de buena familia y de recomendable conducta; pero en cuanto al padre todo es extremos: porque unos dicen que nació y se crió en un lavadero, y otros refieren el origen de su linaje a Tulio Acio, que reinó gloriosamente sobre los Volscos.

      El primero de la familia que se llamó Cicerón parece que fue persona digna de memoria, y que por esta razón sus descendientes, no sólo no dejaron este sobrenombre, sino que más bien se mostraron ufanos con él, aunque para muchos era objeto de sarcasmos; porque los latinos al garbanzo le llaman cicer, y aquel tuvo en la punta de la nariz una verruga aplastada, a manera de garbanzo, que fue de donde tomó la denominación, y de este Cicerón cuya vida escribimos ha quedado memoria de que proponiéndole sus amigos, luego que se presentó a pedir magistraturas y tomó parte en el gobierno, que se quitara y mudara aquel nombre, les respondió con jactancia que él se esforzaría en hacer más ilustre el nombre de Cicerón que los Escauros y Cátulos. Siendo cuestor en Sicilia, hizo a los dioses una ofrenda de plata, en la que inscribió sus dos primeros nombres, Marco y Tulio, y en lugar del tercero dispuso por una especie de juego que el artífice grabara al lado de las letras un garbanzo. Y esto es lo que hay escrito acerca del nombre.

      II.- Dicen que nació Cicerón, habiéndole dado a luz su madre sin trabajo y sin dolores, el día 3 de enero, en el que ahora los magistrados hacen plegarias y sacrificios por el emperador. Parece que su nodriza tuvo una visión, en la que se le anunció que criaba un gran bien para todos los romanos. Esto, que comúnmente debe ser tenido por delirio y por quimera, hizo ver Cicerón bien pronto que había sido una verdadera profecía: porque llegado a la edad en que se empieza a aprender, sobresalió ya por su ingenio, y adquirió nombre y fama entre sus iguales, tanto, que los padres de éstos iban a las escuelas deseosos de conocer de vista a Cicerón, y hacían conversación de su admirable prontitud y capacidad para las letras; y los menos ilustrados reprendían con enfado a sus hijos, viendo que en los paseos llevaban por honor a Cicerón en medio. No obstante tener un talento amante de las artes y las ciencias, cual lo deseaba Platón, propio para abrazar toda doctrina y no reprobar ninguna especie de erudición, se precipitó con mayor ansia a la poesía; y se ha conservado un poemita de cuando era muchacho, titulado Poncio Glauco, hecho en versos tetrámetros.

      Adelantando en tiempo, y dedicándose con más ardor a esta clase de estudios, fue ya tenido, no sólo por el mejor orador sino también por el mejor poeta de los romanos. Su gloria y su fama en la elocuencia permanece hasta hoy, a pesar de las grandes mudanzas que ha sufrido el lenguaje; pero la fama poética, habiendo sobrevenido después muchos y grandes ingenios, ha quedado del todo olvidada y oscurecida…

Catilinarias
ORATIO PRIMA
HABITA IN SENATU

Pronunciada el 6 de noviembre ante el Senado convocado en el templo de Júpiter "Stator". Asiste Catilina, inesperadamente para Cicerón; éste le ataca con la siguiente oración, llamada, por carecer de exordio, invectiva:

      I.- Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? nihilne te nocturnum praesidium Palatii, nihil urbis vigiliae, nihil timor populi, nihil concursus bonorum omnium, nihil hic munitissimus habendi senatus locus, nihil horum ora vultusque moverunt? patere tua consilia non sentis, constrictam iam horum omnium scientia teneri coniurationem tuam non vides? quid proxima, quid superiore nocte egeris, ubi fueris, quos convocaveris, quid consilii ceperis, quem nostrum ignorare arbitraris? O tempora, o mores! senatus haec intellegit, consul videt; hic tamen vivit. Vivit? immo vero etiam in senatum venit, fit publici consilii particeps, notat et designat oculis ad caedem unum quemque nostrum. Nos autem fortes viri satisfacere rei publicae videmur, si istius furorem ac tela vitemus...


Catilinarias
PRIMER DISCURSO

      I.- ¿Hasta cuándo, di, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?, ¿cuánto tiempo aún seremos juguetes de tu furor?, ¿a qué límite llegará en su desenfreno tu audacia? ¿Es que nada te ha desconcertado la guardia nocturna en el Palatino, ni las patrullas en la ciudad, ni el espanto del pueblo, ni la afluencia de todos los hombres de bien, ni éste tan defendido lugar donde el Senado se reúne, ni el rostro y la mirada de los senadores? ¿No adviertes que tus designios están descubiertos, no ves que tu conjuración, pues todos éstos la conocen, está ya aplastada? Lo que hiciste anoche y la noche anterior, dónde estuviste, a quiénes reuniste, qué determinación tomaste, ¿quien de nosotros crees que lo ignora? ¡Oh tiempos, oh costumbres! El Senado conoce todo esto, el cónsul lo ve ¡y éste vive! ¿Vive, digo? Aún más, se presenta en el Senado, participa en las deliberaciones públicas, señala y envía con su gesto a la muerte a cada uno de nosotros. Pero nosotros, los hombres esforzados, creemos cumplir nuestro deber de ciudadanos si nos resguardamos de su furor y de sus armas...

Traducción literaria (no literal) de Francisco Campos Rodríguez


Filípica Primera contra Marco Antonio

      I.- Antes de exponer, padres conscriptos, lo que creo debo decir de la República en la ocasión presente, explicaré con brevedad los motivos de mi partida y de mi regreso. Creyendo que al fin volvía a entrar la República bajo vuestra dirección y gobierno, decidido estaba a permanecer aquí, atento a los negocios públicos como consular y senador, y en verdad ni me alejé un paso ni aparté los ojos de la República desde el día en que fuimos convocados en el templo de la diosa Telus1. En dicho templo, y en cuanto de mi parte estuvo, eché los fundamentos de la paz, renovando el antiguo ejemplo de los atenienses2 y empleando la misma palabra que usaron entonces los griegos para pacificar sus disensiones. Mi dictamen fue que se debía borrar con eterno olvido todas las pasadas discordias.
      Admirable fue entonces el discurso que pronunció M. Antonio, quien no mostró menos buena voluntad, confirmándose al fin por su intervención y la de sus hijos con los principales ciudadanos. A estos principios ajustaba los demás actos, y a las reuniones que se celebraban en su casa para tratar de los negocios de la República eran citados los más autorizados personajes. Traía a este orden senatorial proposiciones muy buenas; seria y dignamente respondía a cuanto se le preguntaba, y en los registros de César no se encontraba más que lo que todo el mundo sabía.3 ¿Hay en ellos, se le preguntaba, algunos desterrados restituidos a la patria? Uno solamente4, respondía. ¿Hay algunos privilegios concedidos? Ninguno, respondía. Hasta quiso que asintiéramos al deseo del preclaro Servio Sulpicio, quien proponía que después de los idus de marzo no se publicara ningún decreto o gracia de César.
      Prescindo de otras muchas y excelentes cosas para llegar pronto a referir el hecho más singular de M. Antonio. Abolió por completo en la República el cargo de dictador, que ya tenía índole de poder regio, sobre lo cual ni siquiera dimos dictamen. Trajo escrito el senatus consultus que quería se promulgase, y, leído, todos con el mayor gusto nos conformamos con él, acordando el Senado darle las gracias en los términos más honrosos.

      II.- Al parecer, amanecía nuevo día. No sólo era desterrada la tiranía que nos había sojuzgado, sino también el temor de volver a ella. Al abolir el cargo de dictador, daba M. Antonio a la República la mejor prueba de querer la libertad de Roma, y suprimiendo la dictadura, que en algunos casos fue legítima y conveniente, quitaba el miedo de que se reprodujese con carácter de perpetuidad.
      Pocos días después se libró el Senado de ser pasado a cuchillo, siendo arrastrado con el garfio el fugitivo que se había apropiado el nombre de C. Mario5. En todas estas cosas obró Antonio de acuerdo con su colega Dolabela. Otras hizo éste en las que creo que le hubiera acompañado Antonio a no estar ausente; porque como los desórdenes fueran cada día en aumento, quemando en el Foro imágenes de César los mismos que habían hecho allí aquella sepultura vacía o sin cadáver, y con los desórdenes aumentaran también las amenazas de los perdidos y de esclavos tan malos como ellos, a las casas y los templos, fue tal el castigo que aplicó Dolabela, tanto a los osados y perversos esclavos como a los impuros y malvados ciudadanos, y tal su energía al derribar aquella execrable columna6, que admiro cuán distintos son los tiempos posteriores a aquel día.
      En efecto, en las kalendas de junio, para las cuales nos convocó Antonio por un edicto, todo había cambiado. Nada se hacía por medio del Senado, y muchos e importantes asuntos los resolvía él solo, sin contar con el pueblo y aun contra su voluntad. Los cónsules electos negábanse a acudir al Senado. Los salvadores de la patria no estaban en aquella ciudad que habían libertado del yugo de la servidumbre, aunque los mismos cónsules en todas las asambleas del pueblo y en todas las conversaciones los alababan. A los llamados veteranos, atendidos por este orden senatorial con el mayor cuidado, se les excitaba, no a conservar lo que ya tenían, sino a esperar nuevo botín. Prefiriendo oír a ver tales desórdenes y teniendo facultad para ir de legado a donde quisiese7, me marché con propósito de estar aquí en las kalendas de enero, que era la fecha en que, al parecer, debía reunirse el Senado...
Traducción y notas de Juan Bautista Calvo

Marco Tulio Cicerón

1 Antonio prefirió este templo, que estaba inmediato a su casa, a la sala del Senado, situada debajo del Capitolio, donde se refugiaron los matadores de César.
2  Alude a la ley de Trasibulo para que se olvidasen las pasadas discordias de Atenas.
3 A la muerte de César se apoderó Marco Antonio de sus registros y papeles y de ellos sacaba, con el título de Actas de César, cuantos decretos le convenían.
4 Este era Sexto Clodio, desterrado por incendiar el Senado cuando quemó en la plaza pública el cadáver de Publio Clodio.
5 Era éste un impostor que se suponía hijo de C. Mario y que se señaló en los funerales de César, de quien aseguraba ser pariente, incitando a la plebe al motín y amenazando exterminar el Senado. Llamábase uncus un palo que terminaba en un hierro encorvado con el cual se arrastraba a los criminales para arrojarlos al Tíber.
6 Las turbas habían levantado en el Foro en honor de César una gruesa columna de veinte pies de altura con la inscripción "Al padre de la patria". Allí se reunían diariamente, hacían sacrificios y colgaban imágenes de César, que después quemaban, corriendo furiosos por las calles y cometiendo mil violencias. Dolabela hizo demoler la columna y castigó severamente a los principales promotores de tales alborotos.
7 La legación concedida a Cicerón no era para objeto determinado, y podía ejercerla en cualquier provincia. A los agraciados con estas legaciones se les daban dos lictores para que pudieran terminar con seguridad sus asuntos propios.

4 comentarios:

Sirgatopardo dijo...

Esos eran Senadores, no los ociosos que mantenemos en España

Juan Nadie dijo...

A los que además les cuesta hilar dos frases seguidas.

Sirgatopardo dijo...

Ayer, para despedir el "glorioso" 2012, sus señorías tuvieron a bien cantar un villancico.

Juan Nadie dijo...

Qué propios, oye, qué majos...
Y encima desafinarían, porque cada uno iría a su bola.