Cicerón/4

Author: Juan Nadie / Etiquetas:

[...] Así, Marco Tulio Cicerón, ciudadano del mundo, humanista, filósofo, pasa un verano colmado de bienes, un otoño creativo, un invierno italiano, alejado -él cree que para siempre- de los mecanismos del poder temporal, político. Apenas presta atención a las noticias y cartas que diariamente llegan de Roma, indiferente a un juego que ya no requiere su participación. Ciudadano sólo de la república invisible de las ideas y no de aquella otra, corrompida y forzada, que sin oponer resistencia se ha sometido al terror, parece curado por completo del ansia de notoriedad de los literatos. Cuando de pronto, un mediodía del mes de marzo, un emisario irrumpe en su casa, cubierto de polvo, con los pulmones machacados. Pero aún le quedan fuerzas para comunicar la noticia. Julio César, el dictador, ha sido asesinado ante el foro de Roma. Después, cae al suelo.
      Cicerón palidece. Hace unas semanas comió en la misma mesa que el magnánimo vencedor. Y aún cuando él mismo se ha mostrado tan hostil frente a ese peligroso superior, aun cuando considerara sus triunfos militares con desconfianza, en su fuero interno estaba obligado a honrar el espíritu soberano, el genio organizador y la humanidad de ese enemigo único y respetable. Pero a pesar de toda la aversión que siente hacia el vulgar argumento del asesinato cometido por el pueblo, ese hombre, Julio César, con todos sus méritos y sus obras, ¿no ha cometido la especie más detestable de homicidio, el parricidium patriae, el asesinato de la patria? ¿No fue precisamente su genio el peligro más grande para la libertad de Roma? La muerte de ese hombre puede que sea lamentable desde el punto de vista humano, pero favorece el triunfo de la más sagrada causa. Pues, ahora que César está muerto, la república puede resurgir y con ella, triunfar la idea más noble: la de la libertad.
      Así Cicerón se sobrepone de su primer sobresalto. Él no ha querido ese alevoso crimen. Tal vez ni en sus sueños más íntimos se haya atrevido siquiera a desearlo. Bruto y Casio, aunque Bruto, al sacar del pecho de César el puñal bañado en sangre, ha gritado su nombre, el de Cicerón, poniendo así como testigo de su crimen al maestro del credo republicano, al que no han informado de la conspiración. Pero ahora que el crimen se ha perpetrado de modo irrevocable, al menos hay que aprovecharlo en beneficio de la república. Cicerón reconoce que el cambio hacia la antigua libertad romana pasa por encima de ese cadáver imperial. Y su deber es mostrárselo a los demás. Un momento como éste, único, no puede desperdiciarse. Ese mismo día, Marco Tulio Cicerón deja sus libros, sus escritos y el bendito ocio del artista, la contemplación. Con el corazón palpitante, corre hacia Roma para salvar a la república, la verdadera herencia de César, tanto de sus asesinos como de sus vengadores. [...]
Traducción de Berta Vias Mahou

STEFAN ZWEIG

Continuará...

10 comentarios:

Sirgatopardo dijo...

Es interesante conocer el punto de vista de Cicerón/Zweig.

Juan Nadie dijo...

Cicerón/Zweig, bien dicho. Cuando un literato da su versión de la historia, tiende a mezclarla (en el mejor sentido) con sus propios sentimientos e ideas. Bien está.

jose dijo...

menudo culebrón...

Juan Nadie dijo...

Y lo que queda...

jose dijo...

muy interesante por cierto.
Oye, este Zweig escribe que alucinas...

Juan Nadie dijo...

Toda la obra ("Catorce miniaturas históricas", ésta es sólo una de ellas) es una gozada, nadie debería perdérsela, por algo ha quedado como uno de los libros de culto para quienes amamos la literatura.

Sirgatopardo dijo...

Lo tengo, empezaré mañana mismo con el tema.

Sirgatopardo dijo...

Que por cierto, comienza con Cicerón.

finchu dijo...

Vaya patinazo que se va a pegar, espero el próximo capítulo.

Juan Nadie dijo...

Se pegó el patinazo, claro, y al final...