El 26 de septiembre de 1575, el joven y valeroso Miguel de Cervantes (28 años) intenta regresar a España junto con su hermano Rodrigo (tres años más joven que él) en la galera Sol después de haber participado en la batalla de Lepanto, donde resultó herido, perdiendo la movilidad de la mano izquierda.
El regreso no llegó a materializarse, ya que fueron capturados cerca de Cadaqués, en la Costa Brava, por el corsario Arnaute Mamí, jefe de una flotilla turco-berberisca que los llevó a Argel, donde fueron vendidos como esclavos a otro corsario, Dali Mamí, permaneciendo prisioneros en estas tierras durante cinco años en los llamados "baños" (prisiones para esclavos).
El cardenal Acquaviva y la Batalla de Lepanto
Cervantes había intentado trabajar al servicio del cardenal Espinosa, que tenía un papel destacado en la corte española, pero no lo consiguió. Tal vez por eso, marchó a Roma, donde sirvió durante un tiempo al cardenal Giulio Acquaviva, a quien probablemente había conocido en Madrid, y a quien siguió por Palermo, Milán, Florencia, Venecia, Parma y Ferrara, itinerario que aparece descrito con admiración en El licenciado Vidriera. O tal vez marchó a Roma por causas más oscuras: la vida de Cervantes sigue siendo, en muchos aspectos, un misterio1.
Un año después ingresó en los tercios italianos como soldado de marina en la compañía del capitán Diego de Urbina, del tercio de Miguel de Moncada. Embarcó en la galera Marquesa como marino sin graduación.
El 7 de octubre de 1571 participó en la batalla de Lepanto (la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros, según sus propias palabras), formando parte de la armada cristiana, dirigida por don Juan de Austria, hijo del rayo de la guerra Carlos V, de felice memoria, y hermanastro del rey, y donde participaba uno de los más famosos marinos de la época, el marqués de Santa Cruz. La batalla naval enfrentaba al creciente poder otomano con la Santa Liga formada por España, Venecia y el Papado romano.
Cervantes, pese a que se encontraba con fiebre, quería luchar a toda costa, al punto que le pusieron como cabo al frente de 12 hombres, aunque había llegado como soldado raso y novato. Según Cesar Cervera "la estoica resistencia de Cervantes inspiró al resto de soldados a aguantar hasta la llegada de Álvaro de Bazán, quien desde la retaguardia se dedicó a reforzar los puntos críticos durante toda la batalla". El resultado de dicha batalla es conocido: la Liga Santa, liderada por don Juan de Austria, venció a la Armada del Imperio Otomano. En una información oficial elaborada ocho años más tarde se narra:
El 7 de octubre de 1571 participó en la batalla de Lepanto (la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros, según sus propias palabras), formando parte de la armada cristiana, dirigida por don Juan de Austria, hijo del rayo de la guerra Carlos V, de felice memoria, y hermanastro del rey, y donde participaba uno de los más famosos marinos de la época, el marqués de Santa Cruz. La batalla naval enfrentaba al creciente poder otomano con la Santa Liga formada por España, Venecia y el Papado romano.
Cervantes, pese a que se encontraba con fiebre, quería luchar a toda costa, al punto que le pusieron como cabo al frente de 12 hombres, aunque había llegado como soldado raso y novato. Según Cesar Cervera "la estoica resistencia de Cervantes inspiró al resto de soldados a aguantar hasta la llegada de Álvaro de Bazán, quien desde la retaguardia se dedicó a reforzar los puntos críticos durante toda la batalla". El resultado de dicha batalla es conocido: la Liga Santa, liderada por don Juan de Austria, venció a la Armada del Imperio Otomano. En una información oficial elaborada ocho años más tarde se narra:
Cuando se reconosció el armada del Turco, en la dicha batalla naval, el dicho Miguel de Cervantes estaba malo y con calentura, y el dicho capitán... y otros muchos amigos suyos le dijeron que, pues estaba enfermo y con calentura, que estuviese quedo abajo en la cámara de la galera; y el dicho Miguel de Cervantes respondió que qué dirían de él, y que no hacía lo que debía, y que más quería morir peleando por Dios y por su rey, que no meterse so cubierta, y que con su salud... Y peleó como valiente soldado con los dichos turcos en la dicha batalla en el lugar del esquife, como su capitán lo mandó y le dio orden, con otros soldados. Y acabada la batalla, como el señor don Juan supo y entendió cuán bien lo había hecho y peleado el dicho Miguel de Cervantes, le acrescentó y le dio cuatro ducados más de su paga... De la dicha batalla naval salió herido de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano, de que quedó estropeado de la dicha mano...
Cervantes permaneció seis meses en un hospital de Messina, donde se recuperó de sus heridas, reanudando inmediatamente su vida militar. Tomó parte en las expediciones navales de Navarino (1572), Corfú, Bizerta y Túnez (1573), todas ellas bajo el mando del capitán Manuel Ponce de León y en el tercio de Lope de Figueroa, personaje que aparece en El alcalde de Zalamea, de Pedro Calderón de la Barca. Después recorrió las principales ciudades de Sicilia, Cerdeña, Génova y la Lombardía, y se quedó finalmente en Nápoles durante dos años, hasta 1575.
Captura en la Costa Brava y cautiverio en Argel
En ese año de 1575, junto con su hermano Rodrigo, Miguel de Cervantes partió de Nápoles con destino a España, en la galera El Sol, probablemente con la intención de solicitar una "patente de capitán" y así llegar al más alto rango militar al que podía aspirar. Como hemos comentado más arriba, durante su regreso, una flotilla turca comandada por Arnaute Mamí apresó a Miguel y a su hermano Rodrigo, los vendió como esclavos y su comprador se dispuso a pedir rescate por ellos, como era costumbre.
El hecho de haber encontrado en su poder las cartas de recomendación que llevaba de don Juan de Austria y del duque de Sessa hizo pensar a sus captores que Cervantes era una persona muy importante, por quien se podía conseguir un buen rescate. Exigieron quinientos escudos de oro por su libertad (unos 30.000 euros actuales), cuando normalmente pedían cincuenta por un soldado raso. Quinientos escudos eran demasiados para la humilde familia de Cervantes.
El hecho de haber encontrado en su poder las cartas de recomendación que llevaba de don Juan de Austria y del duque de Sessa hizo pensar a sus captores que Cervantes era una persona muy importante, por quien se podía conseguir un buen rescate. Exigieron quinientos escudos de oro por su libertad (unos 30.000 euros actuales), cuando normalmente pedían cincuenta por un soldado raso. Quinientos escudos eran demasiados para la humilde familia de Cervantes.
Intentos de fuga
Miguel, hombre valiente y arrojado (ya lo hemos dicho) y con un altísimo concepto de la libertad y del honor, intentó escapar de la prisión hasta cuatro veces, haciéndose siempre responsable ante sus captores de los actos conjuntos de él y sus compañeros, prefiriendo la tortura a la delación. Gracias a las comunicaciones oficiales y al libro de fray Diego de Haedo Topografía e historia general de Argel (1612), disponemos de bastante información sobre el cautiverio de Cervantes y su hermano, complementada por lo que el propio Cervantes narra en Los tratos de Argel, Los baños de Argel, El gallardo español, La gran sultana y en el relato conocido como Historia del Cautivo, incluído en la primera parte del Quijote, entre los capítulos 39 y 41. Sin embargo, se sabe que la obra publicada por Haedo no es suya, algo que él mismo reconoce. Según Emilio Sola, su autor fue Antonio de Sosa, benedictino compañero de cautiverio de Cervantes y dialoguista de la misma obra. Daniel Eisenberg propone que la obra no es de Sosa, que no era escritor, sino del propio Cervantes, con cuyos escritos la obra de Haedo muestra claras semejanzas.
En enero de 1576, Miguel de Cervantes y otros compañeros de cautiverio, entre los que se encontraba su hermano Rodrigo, llevan a cabo el primer intento de fuga, que fracasa porque el moro que tenía que conducir a Cervantes y a sus compañeros a Orán los abandona en la primera jornada. Los presos tienen que regresar a Argel, donde son encadenados. Mientras tanto, la madre de Cervantes había conseguido reunir cierta cantidad de dinero con la esperanza de rescatar a sus dos hijos. En 1577 se conciertan los tratos, pero la cantidad no es suficiente para rescatar a los dos y Miguel prefiere que sea puesto en libertad su hermano Rodrigo, que regresa a España.
Rodrigo llevaba un plan elaborado por su hermano para liberarlo a él y a catorce o quince compañeros más. Cervantes se reunió con los otros presos en una cueva oculta, en espera de una galera española que vendría a recogerlos. La galera, efectivamente, llegó e intentó acercarse por dos veces a la playa, pero finalmente fue apresada. Los cristianos escondidos en la cueva también fueron descubiertos, debido a la delación de un cómplice traidor, apodado El Dorador. Cervantes se declaró único responsable de organizar la evasión e inducir a sus compañeros. El bey (gobernador turco) de Argel, Azán Bajá, lo encerró en su "baño" o presidio, donde permaneció durante cinco meses encadenado.
El tercer intento lo ideó Cervantes con la finalidad de llegar por tierra hasta Orán. Envió allí a un moro amigo con cartas para Martín de Córdoba, general de aquella plaza, explicándole el plan y pidiéndole guías. Sin embargo, el mensajero fue preso y las cartas descubiertas. En ellas se demostraba que era el propio Miguel de Cervantes quien lo había tramado todo. Fue condenado a recibir dos mil palos, sentencia que finalmente no se cumplió.
El último intento de escapar se produjo gracias a una importante suma de dinero que le entregó un mercader valenciano que estaba en Argel. Cervantes adquirió una fragata capaz de transportar a sesenta cautivos cristianos. Cuando todo estaba a punto, uno de los que debían ser liberados, el ex dominico doctor Juan Blanco de Paz, reveló todo el plan a Azán Bajá. Como recompensa, el traidor recibió un escudo y una jarra de manteca. De nuevo, Cervantes asumió toda la responsabilidad. Azán Bajá trasladó a Cervantes a una prisión más segura, en su mismo palacio. Después, decidió llevarlo a Constantinopla, donde la fuga resultaría una empresa casi imposible.
En 1577. cuando llevaba ya dos años cautivo en Argel, Cervantes escribe una carta a Mateo Vázquez de Leca, secretario de Felipe II, para que le facilite, al llegar a España, un encuentro con el monarca y un oficio o merced equivalente a sus grandes servicios en Italia y Argel. Cervantes no quería ayuda para su rescate porque tenía pensado otro plan de fuga:
Los suplicios estaban a la orden del día, aunque es verdad que a veces los esclavos gozaban de períodos de cierta libertad. Ejemplo de esos suplicios, que Cervantes presenció, fue la tortura y muerte de dos individuos que trataron de ayudarlo a escapar: un jardinero navarro, que murió ahogado en su propia sangre por colaborar con Cervantes y un grupo de fugitivos, y un moro amigo, que fue empalado por llevar una carta del cautivo al presidio español de Orán. Entre los suplicios más leves sufridos por los esclavos que procuraban huir de las condiciones infrahumanas de los baños, se contaba el corte de orejas y de narices, así como otras torturas, como la muerte por empalamiento, aplicada a los cautivos que dirigían un escape colectivo o una rebelión.
A pesar de estos brutales castigos, hay que destacar la tolerancia religiosa de los argelinos, que permitían a los cautivos cristianos celebrar misas todos los días en los baños y festejar sus fiestas religiosas; tolerancia muchas veces destacada por Cervantes en su obra, en la que además se refleja un universo multicultural donde las comunicaciones entre musulmanes, renegados (convertidos al Islam) y cristianos eran libres. El mismo Cervantes le debe la vida a uno de estos renegados, un corsario de origen español llamado Maltrapillo, quien usó de sus buenas influencias ante el bajá Hasán Veneciano para salvar la vida al futuro autor, después de un intento de fuga. Este personaje aparece en la primera parte de Don Quijote (1605) como el renegado de Murcia que ayuda a escapar al Capitán cautivo y a Zoraida, su amada mora.
Según José Manuel Lucía Megías, estudioso de la época juvenil de Cervantes, los cuatro intentos fallidos de fuga tenían como objeto, más que conseguir su propia libertad, ayudar a escapar a otros cautivos, "hombres principales", quizás a cambio de dinero y, sobre todo, con la esperanza de cobrarse el favor tras su regreso a Madrid y obtener así algún cargo importante en la corte. "Argel es el eje que cambia la vida de Cervantes. A su regreso ya no se conformaba con un oficio cualquiera que le permitiera llevar una vida normal y fundar una familia; quería ocupar un puesto destacado", explica Lucía Megías.
Sea como fuere, el caso es que al final Cervantes regresa a España.
Regreso definitivo a España
Gracias a la intervención de los frailes trinitarios -la Corona se desentendió del asunto desde el principio-, que recolectaron de los mercaderes cristianos el dinero que faltaba para el rescate, ya que su familia sólo había podido reunir 300 ducados, Miguel de Cervantes fue liberado el 19 de septiembre de 1580, con 33 años, y regresó definitivamente a España..., donde no le fue mucho mejor. El panorama era desolador: con la familia arruinada y con un padre anciano y sordo, hubo de seguir buscándose la vida, así que marchó a Portugal, en donde estaba la corte española, en mayo de 1581, con la intención de encontrar algo con lo que pagar las deudas que había contraído su familia. Le encomendaron una misión secreta en Orán, ya que tenía muchos conocimientos de la cultura y las costumbres del norte de África. Por este trabajo recibió 50 escudos. Volvió a Lisboa y a finales de año regresó a Madrid... y comenzó a escribir. En febrero de 1582, solicitó un puesto de trabajo vacante en las Indias, sin conseguirlo. En estos años, el escritor tuvo relaciones amorosas con Ana Villafranca (o Franca) de Rojas, la mujer del tabernero Alonso Rodríguez. De la relación nació una hija que se llamó Isabel de Saavedra, que él reconoció, pero con la que nunca se llevó muy bien.
Aún estuvo Cervantes tres veces más en la cárcel, aunque, eso sí, en España: en 1592, en 1597 y en 1605. Pero esa es otra historia...
1 Se ha conservado una providencia de Felipe II que data de 1569, donde manda prender a Miguel de Cervantes, acusado de herir en un duelo a un tal Antonio Sigura, maestro de obras. Si se tratara realmente del Cervantes autor del Quijote y no de un homónimo, podría ser este el motivo que le hizo marchar a Italia.
Miguel, hombre valiente y arrojado (ya lo hemos dicho) y con un altísimo concepto de la libertad y del honor, intentó escapar de la prisión hasta cuatro veces, haciéndose siempre responsable ante sus captores de los actos conjuntos de él y sus compañeros, prefiriendo la tortura a la delación. Gracias a las comunicaciones oficiales y al libro de fray Diego de Haedo Topografía e historia general de Argel (1612), disponemos de bastante información sobre el cautiverio de Cervantes y su hermano, complementada por lo que el propio Cervantes narra en Los tratos de Argel, Los baños de Argel, El gallardo español, La gran sultana y en el relato conocido como Historia del Cautivo, incluído en la primera parte del Quijote, entre los capítulos 39 y 41. Sin embargo, se sabe que la obra publicada por Haedo no es suya, algo que él mismo reconoce. Según Emilio Sola, su autor fue Antonio de Sosa, benedictino compañero de cautiverio de Cervantes y dialoguista de la misma obra. Daniel Eisenberg propone que la obra no es de Sosa, que no era escritor, sino del propio Cervantes, con cuyos escritos la obra de Haedo muestra claras semejanzas.
En enero de 1576, Miguel de Cervantes y otros compañeros de cautiverio, entre los que se encontraba su hermano Rodrigo, llevan a cabo el primer intento de fuga, que fracasa porque el moro que tenía que conducir a Cervantes y a sus compañeros a Orán los abandona en la primera jornada. Los presos tienen que regresar a Argel, donde son encadenados. Mientras tanto, la madre de Cervantes había conseguido reunir cierta cantidad de dinero con la esperanza de rescatar a sus dos hijos. En 1577 se conciertan los tratos, pero la cantidad no es suficiente para rescatar a los dos y Miguel prefiere que sea puesto en libertad su hermano Rodrigo, que regresa a España.
Rodrigo llevaba un plan elaborado por su hermano para liberarlo a él y a catorce o quince compañeros más. Cervantes se reunió con los otros presos en una cueva oculta, en espera de una galera española que vendría a recogerlos. La galera, efectivamente, llegó e intentó acercarse por dos veces a la playa, pero finalmente fue apresada. Los cristianos escondidos en la cueva también fueron descubiertos, debido a la delación de un cómplice traidor, apodado El Dorador. Cervantes se declaró único responsable de organizar la evasión e inducir a sus compañeros. El bey (gobernador turco) de Argel, Azán Bajá, lo encerró en su "baño" o presidio, donde permaneció durante cinco meses encadenado.
El tercer intento lo ideó Cervantes con la finalidad de llegar por tierra hasta Orán. Envió allí a un moro amigo con cartas para Martín de Córdoba, general de aquella plaza, explicándole el plan y pidiéndole guías. Sin embargo, el mensajero fue preso y las cartas descubiertas. En ellas se demostraba que era el propio Miguel de Cervantes quien lo había tramado todo. Fue condenado a recibir dos mil palos, sentencia que finalmente no se cumplió.
El último intento de escapar se produjo gracias a una importante suma de dinero que le entregó un mercader valenciano que estaba en Argel. Cervantes adquirió una fragata capaz de transportar a sesenta cautivos cristianos. Cuando todo estaba a punto, uno de los que debían ser liberados, el ex dominico doctor Juan Blanco de Paz, reveló todo el plan a Azán Bajá. Como recompensa, el traidor recibió un escudo y una jarra de manteca. De nuevo, Cervantes asumió toda la responsabilidad. Azán Bajá trasladó a Cervantes a una prisión más segura, en su mismo palacio. Después, decidió llevarlo a Constantinopla, donde la fuga resultaría una empresa casi imposible.
En 1577. cuando llevaba ya dos años cautivo en Argel, Cervantes escribe una carta a Mateo Vázquez de Leca, secretario de Felipe II, para que le facilite, al llegar a España, un encuentro con el monarca y un oficio o merced equivalente a sus grandes servicios en Italia y Argel. Cervantes no quería ayuda para su rescate porque tenía pensado otro plan de fuga:
En la galera Sol que escuresçía mi ventura su luz a pesar mío fue la pérdida de otros y la mía. Valor mostramos al principio y brío pero después con la esperiençia amarga conosçimos ser todo desvarío. Sentí de ageno yugo la gran carga y en las manos sacrílegas malditas dos años ha que mi dolor se alarga. Bien sé que mis maldades infinitas y la poca attriçión que en mí se ençierra me tiene entre estos falsos Ismaelitas...En esos años, la ciudad de Argel, de cerca de ciento veinticinco mil habitantes, era conocida como la capital corsaria del Mediterráneo: tenía veinticinco mil cautivos de todos los países de Europa. y a ella llegaban corsarios de todo el mundo con sus navíos llenos de esclavos para hacerles dinero.
Los suplicios estaban a la orden del día, aunque es verdad que a veces los esclavos gozaban de períodos de cierta libertad. Ejemplo de esos suplicios, que Cervantes presenció, fue la tortura y muerte de dos individuos que trataron de ayudarlo a escapar: un jardinero navarro, que murió ahogado en su propia sangre por colaborar con Cervantes y un grupo de fugitivos, y un moro amigo, que fue empalado por llevar una carta del cautivo al presidio español de Orán. Entre los suplicios más leves sufridos por los esclavos que procuraban huir de las condiciones infrahumanas de los baños, se contaba el corte de orejas y de narices, así como otras torturas, como la muerte por empalamiento, aplicada a los cautivos que dirigían un escape colectivo o una rebelión.
A pesar de estos brutales castigos, hay que destacar la tolerancia religiosa de los argelinos, que permitían a los cautivos cristianos celebrar misas todos los días en los baños y festejar sus fiestas religiosas; tolerancia muchas veces destacada por Cervantes en su obra, en la que además se refleja un universo multicultural donde las comunicaciones entre musulmanes, renegados (convertidos al Islam) y cristianos eran libres. El mismo Cervantes le debe la vida a uno de estos renegados, un corsario de origen español llamado Maltrapillo, quien usó de sus buenas influencias ante el bajá Hasán Veneciano para salvar la vida al futuro autor, después de un intento de fuga. Este personaje aparece en la primera parte de Don Quijote (1605) como el renegado de Murcia que ayuda a escapar al Capitán cautivo y a Zoraida, su amada mora.
Según José Manuel Lucía Megías, estudioso de la época juvenil de Cervantes, los cuatro intentos fallidos de fuga tenían como objeto, más que conseguir su propia libertad, ayudar a escapar a otros cautivos, "hombres principales", quizás a cambio de dinero y, sobre todo, con la esperanza de cobrarse el favor tras su regreso a Madrid y obtener así algún cargo importante en la corte. "Argel es el eje que cambia la vida de Cervantes. A su regreso ya no se conformaba con un oficio cualquiera que le permitiera llevar una vida normal y fundar una familia; quería ocupar un puesto destacado", explica Lucía Megías.
Sea como fuere, el caso es que al final Cervantes regresa a España.
Regreso definitivo a España
Gracias a la intervención de los frailes trinitarios -la Corona se desentendió del asunto desde el principio-, que recolectaron de los mercaderes cristianos el dinero que faltaba para el rescate, ya que su familia sólo había podido reunir 300 ducados, Miguel de Cervantes fue liberado el 19 de septiembre de 1580, con 33 años, y regresó definitivamente a España..., donde no le fue mucho mejor. El panorama era desolador: con la familia arruinada y con un padre anciano y sordo, hubo de seguir buscándose la vida, así que marchó a Portugal, en donde estaba la corte española, en mayo de 1581, con la intención de encontrar algo con lo que pagar las deudas que había contraído su familia. Le encomendaron una misión secreta en Orán, ya que tenía muchos conocimientos de la cultura y las costumbres del norte de África. Por este trabajo recibió 50 escudos. Volvió a Lisboa y a finales de año regresó a Madrid... y comenzó a escribir. En febrero de 1582, solicitó un puesto de trabajo vacante en las Indias, sin conseguirlo. En estos años, el escritor tuvo relaciones amorosas con Ana Villafranca (o Franca) de Rojas, la mujer del tabernero Alonso Rodríguez. De la relación nació una hija que se llamó Isabel de Saavedra, que él reconoció, pero con la que nunca se llevó muy bien.
Aún estuvo Cervantes tres veces más en la cárcel, aunque, eso sí, en España: en 1592, en 1597 y en 1605. Pero esa es otra historia...
1 Se ha conservado una providencia de Felipe II que data de 1569, donde manda prender a Miguel de Cervantes, acusado de herir en un duelo a un tal Antonio Sigura, maestro de obras. Si se tratara realmente del Cervantes autor del Quijote y no de un homónimo, podría ser este el motivo que le hizo marchar a Italia.