El pez que duerme bajo la tierra

Author: Juan Nadie /

Kashima y Namazu

Seguramente pocos pueblos en el mundo tienen tan interiorizada la idea de catástrofe como el pueblo japonés. Motivos no le faltan. Jamás anduvieron sobre tierra firme. Literalmente, el suelo les baila continuamente bajo los pies.
Por eso en su mitología -llena de monstruos extraños- ocupa un lugar esencial Namazu, el pez que duerme bajo la tierra.

Namazu, según la tradición nipona, es una especie de siluro gigante que vive en las profundidades y sostiene sobre su espalda todo el archipiélago japonés. Pero se mueve continuamente y es el dios Kashima el encargado de inmovilizarle con una gigantesca roca sagrada, una espada o incluso una calabaza, dependiendo de las versiones.
Para unos es un monstruoso animal que aprovecha los descuidos de su vigilante para destrozar la vida de los humanos. Para otros, -como puede verse en los cientos de láminas pintadas tras el seísmo de octubre de 1885 en Tokio (antigua Edo)-, es el dios de la rectificación del mundo, un héroe que de vez en cuando decide que es hora de poner un poco de cordura en todo este berenjenal, acabar con lo viejo y empezar de nuevo.
El unificador de Japón, Toyotomi Hideoshi (finales del siglo XVI), se tomaba muy en serio las amenazas de Namazu y dejó escritas una serie de medidas que convenía adoptar para construir un castillo en Fushimi a prueba de terremotos.

Quizá todo esto explique algunos comportamientos típicamente japoneses.

Rugen las tripas de la Tierra y el magma corre como el champán. La noche escupe estrellas, el mar dobla esquinas, caen los pájaros fulminados y el monstruo de las siete cabezas echa fuego por la boca. Japón llora hacia adentro. Estos días nos hemos hipnotizado viendo cómo algunos ciudadanos interpretaban escenas místicas apostados a orillas de la catástrofe. Para ellos, llorar era una forma de rezar. Los japoneses lo hacen en silencio, con los ojos secos y el alma abierta como un nenúfar. Son gente contraída, educada para el pudor, gente que habla del respeto a los mayores y sonríe con boca quieta. La lección que estos días nos ha negado el progreso la hemos recibido de esos hombrecillos que ahora inclinan la cabeza ante el paisaje de la catástrofe. Es muy difícil descifrar las claves del alma japonesa sin aplicar términos como disciplina, resignación, autocontrol. El mismo pueblo que inmolaba a sus soldados (kamikazes) en la II Guerra Mundial, hoy ofrece al mundo estampas de santos laicos que viven su dolor en éxtasis.  CARMEN RIGALT